lunes, 15 de mayo de 2017

Cuento Mechenaya

Cuento: 

MECHENAYA: EL LAMENTO DE VERUSHKA

Por: Andrew Blacksmith

El gélido aire de aquel bosque invernal, se filtraba al interior de la casa a través de la vieja y maltratada ventada de madera, el céfiro grisáceo me envolvió por completo, causando que mi piel se estremeciera; no por el frío abrumador que allí hacía, sino por la álgida sensación que sentí al percatarme que su mágica presencia se apartaba de mí a gran velocidad. Su silueta era retratada en medio de la oscuridad, por un índigo magnánimo producido por los rayos que caían abruptamente a su alrededor. Su figura se desvanecía a la distancia debido a la fuerte lluvia y a la densa y gris neblina que rodeaba su espléndido ser, alejándolo de mí, hasta que llegó el momento en el que ni los rayos pudieron mostrármelo. El viento soplaba con gran fuerza, haciendo que los árboles en el exterior, se hincaran ante su braveza. Me mantuve sentada en aquel sillón bermellón que se encontraba unido a la ventana (Adoraba acariciar el terciopelo mientras imaginaba una bella vida a su lado; una vida, donde podía besarlo, donde era mío, sin importar el tiempo ni el espacio, una vida solo para mí, para su amada Verushka). Los marcos de las ventanas eran de una madera muy vieja, roída por el tiempo y por los miles de pequeños insectos que habitaron la casa durante siglos. Una gran telaraña sedosa se encontraba suspendida sobre mi cabeza, bella analogía para la confusión que habitaba en mis pensamientos. No quería levantarme, estaba cansada de tanto pensar en él y en el porqué de su frío desprecio hacia mí. Acababa de marcharse y ya extrañaba su despectivo y esclavizador semblante. Adoraba sentir sobre mí esa fuerte y castigadora mirada, imponente como cada parte de su ser, dispuesta a ella por la eternidad, para que fuera él, quien gobernase mis días.

La casa olía a vino derramado y a papel amarillento de escritos indelebles e impronunciables por mis indignos labios, a tinta color cobalto y negro que se adherían a los escritos de mi amado, como mi deseo a su cruel semblante. Las lucecitas naranjas de la mañana empezaban a asomarse en el horizonte y por más que veía que el sol se acercaba a mi ventana, no quería abandonar el sillón, deseaba quedarme allí aguardando su regreso. Pronto el siniestro sol visitaría mi hogar, por ello tuve que levantarme y cerrar las pequeñas portezuelas de madera que cubrían las ventanas, algo que ya se había hecho habitual en mí; era necesario sellar los ventanales en las madrugadas para huir del amanecer, así evitábamos que los rayos de luz invadieran nuestra morada. Era evidente que él no llegaría esa noche; había partido con el crepúsculo y la aurora matutina se empezaba a pasear por el cielo, mas no habían señales de la llegada de mi amado Iván, solo esperaba con gran desespero que no llegara varios días después, como era su costumbre. Volví al sillón y allí permanecí por horas aguardando el regreso de mi tan amado captor.

Finalmente, me levanté de aquel sillón junto a la ventana, retiré una vieja cobija con aroma a café y polvo que cubría mis piernas. Bajé mis pies del sillón y al tocar las tabletas de madera del suelo recordé lo grande que era la casa, lo vacía que se encontraba sin él y lo sola que me sentía por su ausencia. Me sentía desamparada y solitaria, la única compañía que tenía era la de las pequeñas criaturillas que ayudaban a que la casa se deteriorara aún más. Caminaba con desesperación recorriendo una y mil veces la casa, tratando inútilmente, perder la mayor cantidad de tiempo esperanzada que las horas transcurrieran con gran presteza, el tiempo pasaba con una lentitud desesperante, la impaciencia se apoderaba de mí al ver que mi amado no regresaba.

La fuerte lluvia continuaba adormeciendo por completo mi cuerpo, dejando mi mente en un divagando entre la nada, regresando de manera abrupta y desesperada al escucharlo. A la distancia se oía un sonido sollozante que me sacó de mi adormecimiento, oía el lamento de una joven mujer, quien con voz atormentada y flagelada suplicaba asiduamente por su trágica existencia.  Intenté pretender no oír su lamento durante varias horas, pero al final decidí dar rienda suelta a mi curiosidad como buen gatico que era. El Lamento que taladraba mi mente provenía de nuestra habitación, en la planta superior de la casa; subí las viejas y chirriantes escaleras, Los viejos clavos oxidados rozaban las tablas, haciendo que crujieran al contacto, pues su agujero era tan enorme después de tantos años que a duras penas la cabeza de los clavos alcanzaban a impedir que la tabla se saliera por completo. Mi acenso al segundo piso fue bastante lento para impedir que aquella dama que suplicaba, escuchara que yo me estaba acercando. Me encontraba frente a la habitación, la perilla de la puerta era dorada con algunas manchas cafés, la oxidación era vil testigo del tiempo transcurrido. La madera estaba llena de grietas y la pintura que la cubría estaba demasiado gastada mostrando el color original de la madera que parecía más el tronco muerto de un árbol incrustado en la pared que un medio de acceso a esta habitación. Posé mi mano sobre la perilla, la giré con suavidad, justo en aquel instante el lamento se hizo más agudo y e insoportable. Abrí la puerta tan lento como pude y la vi allí, sus manos estaban atadas a los soportes de nuestra cama. Ella escuchó el crujido de la puerta cuando la abrí y volvió su mirada a mí, tenía una mirada llena de tristeza y angustia. Entre el dosel de la cama pude apreciar la belleza de sus ojos verdes, llenos de lágrimas y henchidos de tanto sollozar. Sus ojos temblorosos, al igual que su voz entrecortada por el llanto, me estrujaron el alma.

― ¡Ayúdame!

Decía implorando por su vida, mientras intentaba soltarse las manos de los grilletes que la aprisionaban. Las muñecas estaban maltrechas y heridas por el brusco movimiento desesperado por adquirir su libertad; las tenía llenas de sangre con moretones y cortadas.  La silueta de su cuerpo se dibujaba a través de la seda transparente que cubría su alba piel, algunas gotas de sangre habían resbalado desde su cuello hasta sus pechos, manchando de escarlata su ya roído manto.

―Te lo suplico, antes de que él regrese. ¡Ayúdame!, ―suplicó la hermosa joven ―no escapes sola por favor, llévame contigo.

Yo estaba observándola, esperando que la piedad por su vida iluminara algún rastro de mi humanidad, solo un destello de luz llego a mí. La pobre creía que yo estaba escapando y esperaba que la llevara con migo. Poco a poco me encontraba en medio de mi pasión frenética y mi filantropía, un dilema desgarrador de pieles inocentes. El tintineo en sus ojos brotó en mí un viejo sentimiento el cual creía olvidado; sus lágrimas y voz resquebrajada alimentaron de humanidad mi interior y corrí a ella presurosa para poder liberarla de sus metálicas ataduras.  Mientras soltaba su mano izquierda una grata sonrisa surgió de sus bellos labios azucarados y aun colorados; su nacarada sonrisa dio paz por un instante a mi tan torturada alma. La calma en mi interior duro poco; aquella hermosa cautiva giró su cuello para mirar la mano que aun llevaba atada a los postes de la cama y vi algo que llamó mi atención de manera incontenible. Una dulce tentación posesiono mi mente con gran desespero; era algo que había deseado ver por tanto tiempo; Mi amado Iván había dejado su marca sobre el cuello de esta asustada doncella, dos gotas rojas acariciaban su piel; la mía se erizó por completo y mis pupilas se dilataron, mi corazón frenético estaba excitado. El tiempo se ralentizo para hacer aún más amarga la experiencia, observaba como cada pulsación se marcaba en su cuello, veía cada contracción y expansión en sus venas. Mi mirada se aguzó como la de una bestia, por más que intenté soportar este placentero tormento, terminé rindiéndome y decidí entregarme por completo al exquisito sabor de su preciado elixir. Me resultó imposible contener mis instintos salvajes y primitivos por el alimento. Hasta que caí rendida a mis impulsos; mis colmillos se adentraron en su piel cual dagas en satín. Su mano que estaba en libertad intentaba alejarme de ella, mientras con exaspero, su mano prisionera se movía cual aleteo de polluelo. Sus movimientos se hicieron lentos, su cuerpo se movía en bruscas contracciones y sus ojos perdieron brillo, hasta que dejó de moverse por completo. Bañada en su sangre me encontraba, en posición de caza bestial.  Mi mano se apartó de su cuello, observé mis dedos teñidos de escarlata, el hermoso color de su interior estaba sobre mí, veía como el naranja de las velas daban brillo a su vitalidad que ahora era mía; se veía tan tentadora que con un frágil ronroneo lamí mis propias manos y mis dedos, era una delicia felina saborear mis extremidades con mi lengua. La dicha finalizó al escuchar un fuerte golpe, sus botas azotaban la madera de los escalones, cada vez más fuerte y cerca las oía. Yo volví mi mirada al exterior de la habitación para verificar que él había llegado y pude comprobarlo al momento que oí la profundidad de su voz.

―Gatico, gatico.

Sus pasos se hicieron suaves y pausados, y su voz se hizo dulce, tan dulce como la miel.

―Gatico, ven a mí, gatico hermoso. ¿Dónde estás gatico? ―preguntó, me buscaba por cada rincón de la casa.

Su andar se detuvo, aguardo detrás de la pared por unos segundos, de inmediato pude observar que su rostro emergía detrás del marco de la puerta y vi sus ojos furiosos y castigadores, su seño se frunció al ver mi cuerpo arrodillado frente a su hermosa y ahora yerta prisionera. El manjar escarlata de aquella damisela cubría mi cuerpo en totalidad, su elixir de la eternidad me daba un matiz sensual, en lugar de ello él solo pudo ver mi desobediencia.  Apretó sus dedos con fuerza, estrujando aún más mis posibilidades de adquirir la libertad. No tardó más de un parpadeo para que estuviera en frente de mí, enfurecido, comprimiendo mi garganta con sus fuertes y bellas manos, cortando mi respiración y asfixiando mi alma. Escuché su fuerte voz la cual lastimó mis oídos.

―Castigo, eres digna de un castigo tan cruento y salvaje que te juro, tu cuerpo he de azotar para que entiendas por qué no debes desobedecerme.

Mis pies se encontraban flotando sobre el aire, suspendidos de este mundo pataleando con agresividad por la falta de oxígeno, a cada segundo apretaba aún más mi suave y delicada garganta. Me trajo hacia su rostro para permitirme ver la furia que había en su interior, luego me arrojo a sus pies, humillándome para que yo comprendiera mi posición. Estaba lastimada y sentía bastante dolor, mi alma estaba retraída y ensimismada, sin embargo sentía gran alivio al no tener más aquella sensación desesperante que había en mi paladar por probar la sangre después de tanto tiempo. Había deseado dar rienda suelta a mi instinto salvaje de supervivencia, era mayor el temor y el respeto por mi amado Iván que la sed de sangre. Llevaba varias lunas deseosa de extasiarme con el delicioso sabor de aquella panacea maldita y colorada, debido a que mi amado se negaba a entregármela, no tuve otra opción que beberla hasta el punto de satisfacerme y aun así continuar saboreándola algunos segundos más. Mi garganta, paladar y todas mis papilas aun saboreaban el amargo y seco sabor metálico de la sangre de aquella hermosa dama de ojos glaucos. Era delicioso sentir como aquel líquido plasmático se deslizaba en el interior de mi garganta.

Había cometido un error mortal, ¡pero como disfrute hacerlo! él se hincó en frente de mí, acercó su rostro a unos cuantos milímetros del mío; yo estaba deseosa de sentir sus dulces labios en un beso pasional y lujurioso, puesto que estos rozaban con furia y desespero los míos quienes se encontraban excitados por su contacto, su boca circundaba mis oídos y su aliento cálido encendía mi pasión y me incentivaba a dejarme perder en un paseo a la lujuria. No podía creer que aun en esta situación que me llenaba de tanto pavor yo me encontrara tan llena de fogosidad al tenerlo tan cerca de mí, mi centro femenino palideció al tener el placer de oír su hermosa voz una vez más.

― ¿Quieres morir?, ¿tanto deseas abandonar este mundo?

Me resultaba difícil responder, mi garganta estaba bastante lastimada, en realidad me había lesionado y aunque me encontraba llena de placer al oírlo, tuve que tomar unos segundos para reunir fuerzas y responder. Solo un gemido agudo emitía mi garganta.

―Responde. ―Gritó Iván frente a mi rostro.

Mis manos empezaron a temblar de pavor y de mis ojos brotaron lágrimas rojas, mi voz temerosa solo respondió un “no” bastante forzado.

―Te he de encerrar junto a los muertos para que jamás oses desobedecerme de nuevo.

―No, te lo suplico, no podría soportarlo. ―Respondí con una voz entre cortada por mi gimoteo.

―Ahora si has de tener fuerza para responder, si hace tan solo unos segundos estabas muda. Es lo mejor para ti Verushka, así aprenderás a seguir mis ordenes

Se levantó y tomó entre su mano izquierda mi pie, arrastrando mi cuerpo por todo el suelo de la casa, el cual estaba lleno de suciedad y de los restos de mi dignidad. Me jalaba con gran fuerza,  restregando mis culpas  entre la madera vieja y deteriorada, mientras yo trataba de suplicar por su perdón, él me llevaba con gran furia al viejo sótano con olor a muerte trasnochada. Allí, junto a la fría compañía de nuestros huéspedes yacientes bajo nuestra vieja casa. Abrió una portezuela que había en el suelo de la planta inferior, debajo de las escaleras y allí me arrojó, junto a los esqueléticos cuerpos de sus antiguos alimentos. Su silueta se veía dibujada entre la luz de aquella lámpara que siempre colgaba a la entrada del sótano. Daba una tonalidad amarillenta, enfermiza, y una sensación de intranquilidad. Yo veía como esa luz rodeaba su cuerpo dándole un brillo celestial. ¡Oh! hermoso ángel de la noche, perdóname por haber osado desobedecerte, llévame junto a ti por el vasto sendero de la oscuridad y permíteme ser tu fiel esclava por la eternidad pero jamás me abandones, imposible me resulta concebir un pensamiento de mi vida lejos de ti.

Al salir, azotó con energía la puerta del sótano cerrándola de un solo golpe, dejándome sola en medio de las tinieblas, acompañada solo por el verde color de la muerte y el sinuoso movimiento de los gusanos. Sus pasos me indicaron que se había alejado del lugar sin tan siquiera vacilar, mi corazón colapsaba a cada segundo que él se apartaba de aquel claustro, desterrándome de su amor.

Transcurrieron varios días en medio de la carne podrida y el lamento de mi alma, estaba ansiosa de verlo y mis deseos por sentir su piel crecían con el paso de las horas. Necesitaba saber que no me había abandonado en este horrible encierro. Aguardaba con aberrante esperanza en mi corazón que él regresara por mí para permitirme sentir su fragante aroma.

Sus pasos empecé a oír, caminaba con amabilidad y sentía su esencia más amable que de costumbre. La felicidad se posesionaba de mi alma a medida que él se aproximaba a la puerta del sótano. Escuché quitar los seguros y cual mascota ansiosa por su amo, aguardé expectante frente a la puerta esperando que la abriera; deseosa estaba por ver de nuevo su rostro y perderme una vez más en sus ojos de cristal, tan diáfanos y fríos como el hielo. Abrió la puerta y me lancé a abrazar sus piernas, él me acariciaba la cabeza mientras yo ronroneaba y me paseaba por su mano para sentir su muestra de afecto.

―Tú eres mi gato vampiro. ―dijo Iván a mi oído entre susurros.

Rozó con sus labios los lóbulos de mis orejas al hablarme, la fogosidad de mi carne se encendió de nuevo haciéndome deseosa de su cuerpo cincelado. Mi amado acarició mi rostro y con sus dedos apretó mis orejas; era la caricia más deliciosa que hubiese sentido en mi vida y concebí gran placer al sentir su piel sobre la mía. Se levantó, subió las escaleras e ingresó a la vieja sala. Me sentía tan grata, me había otorgado la libertad, perdonó mis errores, mis fallas. No soy digna de su aprecio y benevolencia, lo he desobedecido bastantes veces y él aún continúa perdonándome. Subí las escaleras rápidamente, entre menos tiempo pasara alejada de él, sería más feliz. Entonces subí y no me separé de él ni un solo segundo.

Había transcurrido varios días desde que me otorgó la libertad y por más que intenté perfumar mi cuerpo; ni el agua, ni las esencias florales de jazmines, lograban desprender de mí el agrio aroma de la muerte. El pútrido verde y almizcle de gusano había penetrado mi piel.

Una vez más salió de casa, misterioso como siempre. Me dejaba cuidando el lugar como la gata que decía que era. Yo aguardaba siempre sentada en aquel sillón que estaba unido al ventanal, ese delicioso sillón de terciopelo que acariciaba mi piel, aunque estuviese rasgado y sucio. Al ver que no regresaba, me aburría y me ponía a pintar hojitas de árbol con pinturas hechas en casa con jaleas.

Nuestro hogar era invadido por visitas femeninas muy a menudo, El grito de las doncellas abarcaban la casa. Sus lamentos de desesperación y tristeza se introducían como gusanos rastreros en mis oídos, el coro de lamentaciones que provenía de nuestra alcoba me torturaba. Mi rostro se elevaba a la planta superior. Solo mi vieja cobija roída y deteriorada era la que siempre abrigaba mis noches y me protegía del frío. En este lugar boscoso separado lo más posible de la muchedumbre y la civilización, siempre era invierno y la nieve estaría adornando todos los días de mi estadía en casa de mi amado. Por ello en las noches, mi cuerpo tiritaba por el gélido viento que siempre se filtraba en la casa. Dormía sobre un viejo tapete muy pálido por el tiempo transcurrido y por el calzado que le habían pasado por encima durante tantos años.

La puerta que daba a la calle se abrió de improviso, azotando el marco; un rayo azul  iluminó la entrada estremeciendo todo mi hogar, permitiéndome ver la sombra de mi macabro destino amoroso lleno de humillación, miseria, esclavitud, melancolía, pasión, deseo y lujuria. Sus vestiduras y sus bucles dorados perfectos estaban empapados de lodo y agua;  su traje victoriano estaba lleno de suciedad, sangre y aliento de victima temerosa; sus botas, eran una mezcla de tripas y lodo. Iván cerró la puerta con gran fuerza, sus ojos se veían aún más fríos y crueles que la tormenta  que se desataba afuera de nuestro hermoso hogar. Mientras marcaba sus pasos hacia mí, empezaba a desnudarse permitiéndome deleitar mis ojos en su torneado cuerpo masculino, las prendas sucias y mojadas se adherían a él deseando jamás abandonarlo para acariciarlo por la eternidad. Dio su último paso y quitó la última de sus prendas; observé la firmeza de sus músculos y la voluptuosidad de su soberbia; se acercó a mi boca y posó sus manos en mi cuello, me observó por un momento. Luego se levantó y subió las escaleras; mientras ascendía dijo:

―Un vampiro siempre debe ser impecable, ―anunció Iván con un semblante arribista ―un heraldo del buen gusto y la cultura.

Llegó a la planta superior de la casa, cerró la puerta de la habitación y durante un largo tiempo todo fue silencio, aún me quedaba el dulce deleite de mi memoria, mis ojos habían guardado para mí dicha en momentos de aflicción. Me daba risa de mi misma, la ilusión y la estupidez se apoderaron de mí, guardaba la falsa esperanza que por fin me permitiera amarlo sin reserva,  ser su compañera y amante por la oscura eternidad. Ser quien llenara su cuerpo de pasión, erotismo y sadismo. Deseaba llenar su mente solo de mí, de mi figura, de mi piel, de mis deseos y mis más pasionales y sucios sueños carnales. Había soñado una eternidad de momentos entre sus brazos protectores y llenarnos de besos uno al otro por cada poro de nuestra excitada piel. En lugar de eso solo recibí más esclavitud. Con el semblante en el suelo y la mirada llena de desilusión, caminé por el salón recogiendo sus mugrientas vestiduras que aun guardaban su sabroso y seco aroma.  Su camisa goteaba lodo, sangre y furia. Señales que mostraban su cruel cacería. Eran tan vivida la sangre que casi podía observar la macabra escena con solo olfatear la camisa.

A gran velocidad cabalgaba en su caballo blanco como ángel de la muerte de afilados dientes, abrazado por las frías olas del húmedo viento; sus cabellos empapados suspendidos en la esencia del mágico momento mortal. Sus ojos penetrantes introducidos en lo profundo de sus víctimas desesperadas y temerosas. A la distancia se veía una pequeña luz cobriza que iluminaba el último lugar de reposo de una noble y amorosa familia que tendría el privilegio de ser besados por sus dulces labios purpúreos. La ventana de la sala se rompió en mil pedazos y una sombra Bruna, producía una lluvia carmesí al pasar por cada uno de los cuerpos. Una infante temerosa por su vida abandonó su muerto hogar, de aroma a leña quemada, sangre y nostalgia. Salió del recinto y corrió a través de bosque sombrío, el joven cuerpo de esta tierna alma cándida, corría aún más aprisa que los latidos de su temprano corazón, acelerándose con desespero a cada segundo que transcurría. Sus piececitos se clavaban en el lodo mezclado con la nieve, aprisionándola y haciendo aún más lenta su infructuosa huida. De repente, su corazón empezó a cesar su marcha mientras su tierna y lozana sangre nutria el cuerpo de mi amado ángel de la muerte. Cada gota en su boca robaba la vitalidad en el cuerpo de la pequeña niña de risos dorados. Sus brazos dejaron de moverse con desesperación, resignada, en recibir su último beso, soltó sus manos y expiró su último aliento.

Pobre familia, macabro destino al encontrarse en su camino una sombra desalmada y caprichosa, sus ojos nunca más volvieron a ver la belleza de una pastelosa mañana de primavera. Rayos naranjas iluminaban los asombrosos y coloridos tonos de las flores, el azul transparente de un arroyo, golpeando con furia las piedras a su paso, los colores mandarina y verdosos de las copas de los árboles y un violeta entre celeste del despejado cielo, un bello prado de arcoíris y cálidos tonos hermosos e iluminación en los vastos y extensos campos y sus miles de animalitos disfrutando la tranquilidad y paz de su tan acogedor hogar. Aunque yo creía que solo era invierno en la ciudad, estaba equivocada, había quienes podían disfrutar de la primavera, pero esta huía de mi casa, permitiéndome ver, solo el blanco color desalmado de la nieve.

¡Regresa a mí una vez más primavera hermosa! y deléitame con tus bellos colores, no te alejes más de mi puerta y bríndame el confort que por tanto tiempo he estado buscando.

Caminé hasta la cocina con sus ropas entre mis brazos, abrí la puerta y en el mesón aguardaba por mí el resto de sus prendas sucias y mugrientas, esperando ser aseadas y recuperar su aspecto pulcro. Mis manos habían recuperado el color original a las prendas de mi amo, un poco raspadas y blandas de tanto brindar limpieza. Pude finalizar después de unas cuantas horas de dar la majestuosidad que él merece en sus vestiduras.

Regresé a mi habitación y allí aguardé acostada por mucho tiempo, la casa era invadida por gritos de dolor y desespero, convirtiéndose en un amargo clamor suplicante de piedad, a un corazón que desconoce ese sentimiento; los gritos se transformaron en un llanto dócil de una joven que esperaba su tormento finalizara pronto. Escuchaba el sonido de los pasos de mi amado que se acercaban, yo estaba recostada en mi cama, en una habitación que había dispuesto para mí debajo de las escaleras. Sobre la puerta que daba al sótano. (Aunque yo amaba pretender que la habitación de arriba era nuestra; mantenía la esperanza que algún día me permitiera amarlo y ser su compañera a través de la eternidad, en nuestro mundo de tinieblas). Escuchaba sus botas golpear la madera y  al bajar cada uno de los escalones, la tierra caía sobre mí, el azotaba fuertemente los peldaños cuando iba bajando, para que así, yo estuviera atenta a sus requerimientos. Abrió la puerta de mi habitación, se inclinó para poder entrar, la puerta era bastante pequeña y en el interior a penas y alcanzaba a caber mi cuerpo recogido. Vi sus ojos y él mirándome a los míos, me llamó extendiendo su mano.

―Gatico. Ven aquí gatico. ―susurró con cariño mi amado captor.

Yo me acerqué a él a gatas con algo de temor, siempre que él me trataba con cariño, algo malo sucedía y terminaba golpeándome o castigándome. Llegué a él, él acariciaba mi cabeza lo cual me hacía ronronear.

―Ya casi cumples un mes sin haberte alimentado bien, ¿tienes hambre gatico? ―preguntó con ternura.

Yo movía mi cuerpo deseando que me siguiera acariciando, me fascinaba sentir como me tocaba con su piel, deseaba poder fusionarme con su carne. Él se puso de pie y subió las escaleras, yo subí detrás de él a la planta superior, ingresé a nuestra hermosa y acogedora habitación. La sed que había en mi interior desgarraba mi garganta. Sobre la cama, una joven y hermosa dama de lisos cabellos y tan oscuros como una noche plutónica en invierno, en un letargo placentero por los dulces besos de mi amado señor. La edad, nombre, gustos y deseos de aquella víctima no importaban en ese momento. Iván se sentó a la cabecera de la cama, observando el rostro lozano de nuestra bella durmiente desdichada en un cuerpo mortal y frágil. El me miró a los ojos, acto seguido miró a los pies de nuestra visita soñadora de perfil cincelado, labios cual pétalo de rosa enamorada y nariz arrogante, la piel de sus piernas tenía el color de las mañanas de hielo. Sus venas se brotaban mostrándome el lugar dispuesto para mi alimento, (el solo me permitía tomar la sangre mordiendo el meñique del pie derecho de cada una de sus víctimas. A mí no me gustaba y era humillante, me había degradado al punto de parasitar.) Resignada, bebí de la sangre de su prisionera, mientras mis dientes mordisqueaban su dedo, mis ojos saboreaban la hermosa y deliciosa piel de Iván. ¡Que pureza!, belleza de flor albina, y ególatra, por ser la diferencia. Su cuello excitante me llamaba y atraía con su magnetismo sensual y salvaje. Su dorado cabello caía sobre su pecho, pero fue el sabor de la sangre de esta soñadora damisela, quien me recordó el dulce sabor de mi amado carcelero. Sin poder resistir tan solo un segundo, abandoné el frío dedo de aquella mujer que yacía inconsciente sobre nuestra cama y en el instante besé con gran pasión el cuello de aquel ángel de la noche que reposaba su cuerpo sobre nuestro lecho nupcial, besé su cuerpo con tanta pasión sin importar las consecuencias de mis actos, prefería mil castigos infernales, cruentos y salvajes, antes de pasar un segundo más sin saborear su dulce elixir de la eternidad, manjar  de los dioses, placer de los malditos. Di gusto a mi paladar cuando mis colmillos se introdujeron en su piel cual dagas. ¡Oh! Que placer tan lujurioso y carnal, mi piel se erizó entrecortando mi respiración. Mis uñas se enterraron en su espalda desgarrando su piel, el lamió con su cuerpo mi lengua, mis ojos vieron el placer y excitación que sintió al momento que decidí hacerlo mío, veía como disfrutaba cada instante que bebía de él, estaba envuelto en la excitación y en la lujuria y me besó deseando hacerme suya. De pronto, su mirada regresó a la furia habitual, sus manos se estrujaron y de un golpe me arrojó fuera de la cama, con gran enojo se acercó a mí, su imponente semblante hizo adentrarme aún más en mí y con fuerte y aturdidor grito dijo:

―Cómo has osado traicionar mi confianza, no tienes permitido el placer y me has tocado, ―la voz de mi amado Iván se mostraba irascible ―jamás aprenderás a retener tus impulsos y el tiempo se nos acaba.

Muy obediente ante sus pies me encontraba, suplicándole me otorgara su perdón, alejándome fuertemente de sus pies los cuales yo besaba rogándole su clemencia. Con un fuerte puntapié en el rostro me golpeó quebrando mi nariz, la sangre brotaba de mí en compensación a la sangre que había atrevido a tomar de él. Me tomó del pie y desde la planta superior me arrojó al primer nivel, el golpe me dolió bastante, sentía que mis pulmones saldrían despavoridos por mi boca. Iván saltó desde allí, cayendo sobre mi abdomen, luego levantó mi rostro y me golpeó con su mano cerrada, me tomó por el pie y me arrastró por toda la casa. Finalmente llegó al sótano, ¡infierno mortuorio de mi humanidad! Supliqué mientras él acababa con mi dignidad, haciéndome aún más rastrera, temía que de nuevo me encerrara en aquel espantoso lugar. El miedo me invadía al saber que una vez más compartiría cada uno de mis segundos con los gusanos y el aroma de desconsuelo podrido. El verde viento gobernante de aquel miserable y nauseabundo claustro me llenó de tristeza, agonía, amor y muerte. Todo se tornó gris y me vi en medio de la carne mutilada y movediza por aquellos que descomponen la hermosura y dignidad humana. La angustia y desesperación se apoderaron de mí, mientras a gritos desgarradores imploraba que me sacara de allí. Él se marchó sin tan siquiera mirar atrás, con gran desprecio caminó alejándose de mí. Los cadavéricos huéspedes de piel cetrina y viscosa, expedían entre sus fauces sonidos atormentadores y delirantes. Sus ojos secos y arrugados observaban el pecado carmesí que se postraba sobre mi piel y se adentraba en mi boca circundando mi existir, posándose en mis labios colorados que poseían la culpabilidad de mis acciones erróneas, pero dichosa y dispuesta estoy de pasar mil veces por este infame y cruento infierno, con tal de probar una vez más el sabor de su sangre que convierte todo mi ser en una zona erógena. ¡Maldito síndrome de Estocolmo!, estás acabando con mi dignidad.

Transcurrieron aún más noches en las que estuve atrapada en este truculento y yerto lugar lleno de olvido. Perdí la cuenta después de las 60 lunas. No sé cuánto tiempo más logré soportar sin beber sangre humana, tampoco tengo certeza cuánto tiempo pude permanecer lucida y con cordura en mi mente, claro, si es que así se le puede llamar a mi estado actual. Yo me dedicaba a matar ratas, él decía que yo era como un gato, que había transformado a una chica en vampiro y en lugar de eso tenía una mascota felina. ¡Soy su gato vampiro! Solo la sangre de las ratas nutría mi cuerpo, cada vez que tenía la oportunidad de atrapar una, incluso estos seres marginados preferían buscar su alimento en otro lugar, no soportaban compartir su espacio con la vieja muerte que invadía todo el macabro y oscuro claustro. Lo que me devoraba era vivir sin el mirar de sus ojos penetrantes.

Cierta noche de aura congelada, desperté, la neblina era tan densa que incluso dentro de la casa se paseaba esta gélida amiga de la oscuridad. La puerta del sótano estaba abierta, me acercaba a ella mientras observaba como la luz de la luna iluminaba mi camino, el plateado se dibujaba sobre el suelo de madera y un silencio eterno se escuchaba en la casa, solo una luz ámbar que tintineaba se escapaba de la habitación, cerniéndose por todo el lugar, eliminando todo rastro de lo macabro, perdiendo lo lúgubre y álgido a lo cual estaba acostumbrada. La luz dentro de la habitación se veía cálida y reconfortante para mí, sabía que él se encontraba en el interior, solo a su lado era el único destino que deseaba en mi vida.

Regresé sumisa a nuestra habitación. La puerta se encontraba entreabierta y una luz que centelleaba en color ocre se filtraba entre el marco y la puerta. Su silueta se retrataba sobre el suelo y la pared de la habitación por la luz de una vela sobre su escritorio, un viejo frasco lleno de tinta negra reposaba al lado de un pergamino algo amarillento, una pluma de ganso adornaba su mano, moviéndose al ritmo de la escritura de su corazón. Solía sentarse allí 2 o 3 veces a la semana a escribir, solo el tiempo suficiente de la inspiración exacta; poemas prosaicos y de vez en cuando un verso tentador. Me acerqué a hurtadillas hacia él, ronroneando y paseando mi cuerpo entre sus piernas, él bajó su mano, frotó mi cabello, acarició mis mejillas y dejó su mano acariciándome el mentón, luego me observó directo a los ojos, con mirada penetrante, adentrándose en lo profundo de mi alma, indagando cada rincón de mi pensamiento, acercó su rostro al mío y me dijo en tono firme, pero amable.

―Pronto todo terminará gatico. ―aclaró, brindándome calma.

Continuó observándome por unos pocos segundos, acaricio con su pulgar mi mejilla y continuó escribiendo… yo aún hincada a un lado de él, abracé sus piernas y empecé a lamer sus tobillos, este era el único contacto que él me permitía tener, no era digna de una muestra de afecto mayor a eso. Primera vez que sus manos fuertes y castigadoras acariciaban con gran delicadeza mi rostro. Mientras lamía sus dulces tobillos, el sueño poco a poco empezó a apoderarse de mí, sumergiéndome en lo profundo de un melancólico y reminiscente mundo onírico.

Un piso de madera de un marrón lustrado y pulcro. Los rayos del sol se filtraban por la ventana iluminando mi rostro resplandeciente de belleza, la tersura y firmeza eran amantes de mi nívea y virginal piel, observaba mis oscuros ojos tan navegables como la mar, mi cabello negro lo llevaba corto y tan perfecto como peinado por los ángeles, me llegaba a las orejas dejando al descubierto mi largo y esbelto cuello arrogante. Al fondo escuchaba las pequeñas y hermosas notas de una canción de antaño y con mirada algo soberbia y orgullosa, empecé a girar, danzando tan sutilmente, como si mi cuerpo fuese el de una pequeña muñeca de porcelana, flotando sobre su preciada cajita musical. En cada giro, las baletas eran más distantes del suelo y el amable viento me sostenía entre sus brazos, un tutú rosado cubría mis caderas realzando mi figura y esponjando mi pensar. La mágica danza se apoderó de mi cuerpo, cada instante que transcurría en mi sutil movimiento, me sumergía aún más en lo etéreo,  en un universo flotante imaginario y utópico, la dulce melodía comenzó a cesar mientras mi día se teñía de gris y de tristeza, la sangre negra y gélida se apoderaba del ambiente. Entonces, todo fue tinieblas, sombras y desolación en mi trágico ballet.  El temor se adentró en mi mirada y al igual que los espejos, mi voluntad  y orgullo se quebraron. Sus ojos cerúleos observé, su fría mirada esclavizo mi corazón. Una sonrisa macabra se dibujó entre las tinieblas mientras que mi cuerpo temblaba del espanto que sentía. Mis rodillas se curvaron, una brisa se acercó a mi tierno cuello, acariciándolo y en un despertar, la maldición abordo mi alma y corazón.  Mis ojos estallaron al sentir su beso macabro.

Desperté con el latir acelerado y la resignación de soñar lo soñado, pues nunca más podré danzar al compás del viento.

Al regresar a la calma y darme cuenta de mi triste y desastrosa realidad, observé con gran asombro el cálido y acogedor lugar donde me había despertado. Las sedosas y tersas sabanas carmesí de mi adoración, cubrían mi piel desnuda y amoratada por el frío envolvente que se filtraba por las rendijas de la ya deteriorada y vieja madera. El dosel me hizo borrosa la figura de mi Iván, cuando salió de la habitación con algo de divagación en su mente.

Con el alma y la carne desnuda me levanté de la cama, me acerqué a un armario entre abierto que se encontraba a un costado de la ventana, ya que algo de vivido color llamó mi atención. Escuché un fuerte golpe, él se había marchado una vez más azotando junto a la puerta el resto de mi humanidad.  Los plateados destellos de la luna dibujaban con mi sombra una cruz sobre el suelo, un bello carmesí rodeaba la luna llena y una extraña sensación de mal presagio y calma a la vez llegaron a mí. El gélido viento rodeaba la habitación, la negra puerta del armario se abrió de improviso, en el interior de la puerta derecha había un espejo de cuerpo entero, pero no fue eso lo que capturo mi interés, colgado en el interior, de color rosa, resaltaba entre tanta oscuridad, aguardando por mí, intacto y estático a través del maltratarte transcurso de las horas infinitas de sufrimiento y agonía. Mi viejo traje de ballet, era el que se encontraba allí reluciente, mostrándome las hermosas reminiscencias de una vida grata, feliz y tranquila. Se encontraba en perfecto estado como congelado en el tiempo, lo descolgué y abracé con gran fuerza y cariño. Aun lucía con la belleza que poseía al ser mi piel de baile. Las lágrimas se desprendieron de mi interior, resbalando por mis mejillas, huyendo del dolor que por tantos años fue mi única compañía. Lo apreté aún más fuerte y sentí su aroma tan delicioso, como miles de colores que giraban alrededor de mi mente permitiéndome ver la belleza del momento. Solo con sentir su fragancia las reminiscencias acudían a mí. Era tan tentadora la sensación que decidí vestirlo una vez más, vestirlo para que mi amado Iván me viera igual de hermosa al primer día en el cual nuestras miradas se cruzaron, igual que el bello día que nos conocimos.

Salí de la habitación, me sentía de un aura esplendida, maravillosa, vigorosa, me sentía tan feliz. Llevaba tantas décadas sin poder recordar esta placida sensación. La casa era pequeña para mi grandeza, al igual que en el sueño, me sentía flotando. Bajé a la planta principal de la casa y allí observé el viejo sillón en el ventanal, acompañada de mi hermoso vestido rosa, portador de mis hermosas remembranzas de una vida que jamás mis manos volverán a acariciar. El frío cristal de la ventana me separaba de la misteriosa oscuridad que yacía en el exterior, tinieblas de matiz rojizas por la luna melancólica. Algo causó intranquilidad en mí, una extraña sensación como si en un solo instante corto, denso y encolerizado, todo cambiara. A la distancia se percibía un aroma de muerte vaporosa que se acercaba fundida entre la niebla matutina. Era alrededor de las 4 de la mañana y yo continuaba sentada a un lado de la ventana, tras horas de espera, seguía allí inmóvil, observando el triste y gris bosque que entre sus ramas traerían a mí una imagen de esperanza que darían la tranquilidad que tanto ansiaba encontrar para poder sosegar mi corazón reprimido de amor, esperando que su silueta se dibujara frente a mis ojos y así poder detener mis pensamientos de mal augurio.

El sol dentro de poco arribaría en mi ventana, me negaba a abandonarla hasta que mi dulce amado regresara a mí, sin importar que el sol acariciara mi piel con sus fulgurantes rayos de repudio hacia nosotros. El tiempo transcurría al igual que la luz hacia mi ventana. Mi decisión estaba tomada, no abandonaría mi lugar en aquel viejo sillón hasta que él no regresara a mi lado, creía que si él veía mi determinación y amor, me haría su compañera por la eternidad.

La intranquilidad se había posesionado de mi mente y de mi alma. El viento se puso salvaje, agresivo, cruel, lleno de desesperación. Sin darme cuenta la puerta de la casa estaba abierta, con gran afán Iván se acercó a mí, me tomó de la mano y me llevó presurosamente al sótano, no sabía que error había cometido en aquella ocasión, su rostro no me mostraba ira sino temor, como si quisiera protegerme. Me dejó en el sótano mientras yo le suplicaba que no me encerrara de nuevo en aquel sepulcral lugar. Imploré por su perdón. De pronto, sus ojos me mostraron un sentimiento que creí no poseía y que tal vez había perdido en el transcurso de la eterna oscuridad. Sus ojos acariciaron mi rostro, sus manos me tomaban con gran cariño.

―Perdóname mi amada Verushka, no calculé el tiempo y la situación se me ha salido de control, anhelo todo termine bien para los dos. No salgas, ni hagas ruido alguno. Mantente aquí en este lugar que tanto odias, no salgas sin importar lo que escuches, no salgas ni aunque me escuches gritar, este es el lugar más seguro para ti, podrás soportar el tiempo necesario sin correr peligro, espero nos veamos de nuevo. Te amo, mi amada Verushka, te amo con toda la fuerza que hay en mi interior.

Iván retiró de su cuello un cordón en el que llevaba una llave, con una marca extraña que parecía un ángel con sus alas extendidas, puso el cordón en mi cuello dejando caer la llave sobre mi pecho.

―Encuentra al dueño de esta llave y entrégasela, sin importar lo que cueste.

Sin permitirme decir palabra alguna tomó mi rostro con sus manos y me besó, sus labios se fusionaron con los míos y pude sentir la pureza en sus palabras, el cariño en sus besos y la pasión en su mirada, pude sentir un dulce y tierno beso que se quedará plasmado por siempre en mi memoria. Un beso que muestra la pureza y la fuerza del verdadero amor inmortal que jamás decaerá ni se debilitara en el transcurso de la eternidad. En ese cruel y triste momento me di cuenta que solo mi imagen era quien habitaba en sus pensamientos que solo yo era la dueña de su corazón y su amor era solo mío.  Nos amamos en tan poco tiempo, su corazón a partir de ese momento fue mío por la eternidad y el mío se lo llevó él al momento de regalarme su última mirada. Dejamos de besarnos y en sus ojos pude ver  el gran dolor que permanecía en su interior, en ese instante tan corto nos amamos para siempre. Se dio la vuelta encerrándome en aquel verde lugar de madera podrida y de fétido aliento, al final se marchó diciendo.

―Júrame mi amada Verushka que no saldrás de aquí hasta que yo no venga por ti o hasta el momento que aflore en el cielo el siguiente anochecer.

―No me dejes aquí sola por favor. Iván no me dejes.

―Júralo amor mío, si no lo haces todo el amor por ti y todo lo que he hecho para protegerte será en vano.

―Así lo haré. Te amo Iván, te amo más allá de la razón.

―Te amo Verushka. Adiós mi gato vampiro.

Se alejó cerrando la puerta del sótano. De un momento a otro todo se volvió muy confuso, solo oía muchas voces y disparos, al final pude oír una gran explosión, seguido de un grito desgarrador, un grito de mi amado Iván, el cual alteró mis sentidos y trajo a mí el mayor nerviosismo, empecé a llorar sin consuelo al ignorar lo que estaba ocurriendo, mis manos temblaban y tenía un grave presentimiento, necesitaba salir para confirmar que todo estaba bien y que por fin podríamos demostrarnos nuestro amor y disfrutarlo para siempre. Me llené de desesperación, lamento, angustia y soledad al escuchar el fragor de la lid que se libraba afuera. Pero le había prometido a Iván que no saldría hasta que llegara el siguiente anochecer. Escuchaba las voces de unos hombres, caminaban y sus botas sacudían los tablones de madera que había en el suelo, me puse muy nerviosa tratando de controlar mis gimoteos, se acercaban a la pequeña puerta que daba al sótano, mis dientes castañeaban descontrolados al pensar que me encontrarían, recorrieron el lugar por algunos minutos más. Un gran silencio vino después, adornado por la calma e inactividad. Las Lucecitas naranjas se filtraban entre las tabletas del techo mostrándome la llegada de nuestro mortífero amanecer. La luz en el exterior era aún más fuerte que antes, brillaba como nunca antes había sido iluminado el sótano, entre las grietas de la madera se filtraban rayos furiosos obligándome a proteger mí piel entre los cuerpos verdosos pútridos e inertes, temía que el maligno sol lastimara mi bella piel, encontré la protección necesitada entre los cuerpos malolientes y fétidos que tanto odiaba. Todo el tiempo que permanecí con el corazón copado de cobardía, mientras me escondía fue un total infierno.

Al caer la noche una luz plateada era quien me mostraba que había llegado el momento de salir al vacío y cruel exterior. Me acerqué lentamente a la puerta y una extraña sensación me retenía en el interior del sótano, la determinación de resolver las horribles sospechas en mi mente, eran quienes me obligaban a salir de mi encierro. Lo que vieron mis ojos hubiese deseado jamás verlo, allí, frente a mi cruel salida se encontraba su efigie cenicienta, arrogante cual adonis hasta el momento de su muerte, mostrando la agonía, dolor y belleza eterna que la briza ávida y envidiosa había tomado para sí, como compañía de la eternidad, destruyendo su imagen a cada segundo, esparciéndola por el vasto mundo, hasta llevársela por completo. El sol había destruido por completo su cuerpo, dejándome solo un viejo rescoldo. Ahora serás mío y de todos los lugares, tu belleza reposará por siempre flotando en el aire. Visítame con el viento de abril mi amado Iván. ¡Oh! Mi dulce viento, permíteme sentirlo cada primero de abril, envuélveme entre tus fauces y déjame sentir su aroma una vez más.

Mis ojos se inundaron de melancolía y tragedia, había perdido mi único acicate para vivir. La casa estaba totalmente destruida, sin techos ni muros o ventanas. Solo escombros deteriorados, de lo que solía ser la vieja escalera que subía hasta nuestra habitación. Aquella luz ámbar que era habitual brillara sobre su escritorio, se había extinguido. Ascendí hasta la habitación por los vestigios de escalera, un pequeño camino hasta su escritorio se sostenía a punto de colapsar y su suelo chirriante por cada uno de mis pasos temblorosos. Sobre el viejo escritorio, había algunos de sus más expresivos retratos de su alma. Poemas narrativos y descriptivos de nuestra vida juntos en este viejo lugar, desde el día que nos vimos por vez primera, hasta el día anterior de mis desgracias solares. Sus días junto a mí y el sentimiento que le producía mi presencia, amaba estar a mi lado, acariciar mi rostro y el fragante aroma a cerezas en mis labios, lo mucho que disfrutaba mi compañía y la razón de su crueldad. Entre todos sus escritos encontré una nota.

― “Encuentra al vampiro maldito, es tu única salvación”.

Revisé sus bellos escritos y me di cuenta, con gran felicidad, que todos estaban dirigidos a mí. En ellos había plasmado el gran amor que sentía por mí, en bellos versos, describiendo con gran detalle, aquellos sentimientos que habían en su interior y la manera como su corazón latía de pasión cuando estaba a mi lado.

No tenía nada más que decir al mundo, ni deseaba clamar suplicas inaudibles;  la cruel y amarga realidad una vez más había destruido mi felicidad. Justo cuando encontré el amor, fue arrebatado de mis manos.

No hay nada más en este mundo para mí, continuaré mi camino hacia el horizonte, guiada por  el centelleo del plenilunio. Me alejé para siempre de mi última morada, dejando solo mi sombra dibujada y extendiéndose por el suelo, negándose a abandonar su bello recuerdo.










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