Cuento:
MECHENAYA:
EL LAMENTO DE VERUSHKA
Por: Andrew Blacksmith
El gélido aire de aquel bosque invernal, se filtraba
al interior de la casa a través de la vieja y maltratada ventada de madera, el
céfiro grisáceo me envolvió por completo, causando que mi piel se estremeciera;
no por el frío abrumador que allí hacía, sino por la álgida sensación que sentí
al percatarme que su mágica presencia se apartaba de mí a gran velocidad. Su
silueta era retratada en medio de la oscuridad, por un índigo magnánimo
producido por los rayos que caían abruptamente a su alrededor. Su figura se
desvanecía a la distancia debido a la fuerte lluvia y a la densa y gris neblina
que rodeaba su espléndido ser, alejándolo de mí, hasta que llegó el momento en
el que ni los rayos pudieron mostrármelo. El viento soplaba con gran fuerza,
haciendo que los árboles en el exterior, se hincaran ante su braveza. Me
mantuve sentada en aquel sillón bermellón que se encontraba unido a la ventana
(Adoraba acariciar el terciopelo mientras imaginaba una bella vida a su lado;
una vida, donde podía besarlo, donde era mío, sin importar el tiempo ni el
espacio, una vida solo para mí, para su amada Verushka). Los marcos de las
ventanas eran de una madera muy vieja, roída por el tiempo y por los miles de
pequeños insectos que habitaron la casa durante siglos. Una gran telaraña
sedosa se encontraba suspendida sobre mi cabeza, bella analogía para la
confusión que habitaba en mis pensamientos. No quería levantarme, estaba
cansada de tanto pensar en él y en el porqué de su frío desprecio hacia mí.
Acababa de marcharse y ya extrañaba su despectivo y esclavizador semblante.
Adoraba sentir sobre mí esa fuerte y castigadora mirada, imponente como cada
parte de su ser, dispuesta a ella por la eternidad, para que fuera él, quien
gobernase mis días.
La casa olía a vino derramado y a papel amarillento de
escritos indelebles e impronunciables por mis indignos labios, a tinta color
cobalto y negro que se adherían a los escritos de mi amado, como mi deseo a su
cruel semblante. Las lucecitas naranjas de la mañana empezaban a asomarse en el
horizonte y por más que veía que el sol se acercaba a mi ventana, no quería
abandonar el sillón, deseaba quedarme allí aguardando su regreso. Pronto el
siniestro sol visitaría mi hogar, por ello tuve que levantarme y cerrar las
pequeñas portezuelas de madera que cubrían las ventanas, algo que ya se había
hecho habitual en mí; era necesario sellar los ventanales en las madrugadas
para huir del amanecer, así evitábamos que los rayos de luz invadieran nuestra
morada. Era evidente que él no llegaría esa noche; había partido con el
crepúsculo y la aurora matutina se empezaba a pasear por el cielo, mas no
habían señales de la llegada de mi amado Iván, solo esperaba con gran desespero
que no llegara varios días después, como era su costumbre. Volví al sillón y allí
permanecí por horas aguardando el regreso de mi tan amado captor.
Finalmente, me levanté de aquel sillón junto a la
ventana, retiré una vieja cobija con aroma a café y polvo que cubría mis
piernas. Bajé mis pies del sillón y al tocar las tabletas de madera del suelo
recordé lo grande que era la casa, lo vacía que se encontraba sin él y lo sola
que me sentía por su ausencia. Me sentía desamparada y solitaria, la única
compañía que tenía era la de las pequeñas criaturillas que ayudaban a que la
casa se deteriorara aún más. Caminaba con desesperación recorriendo una y mil
veces la casa, tratando inútilmente, perder la mayor cantidad de tiempo
esperanzada que las horas transcurrieran con gran presteza, el tiempo pasaba
con una lentitud desesperante, la impaciencia se apoderaba de mí al ver que mi
amado no regresaba.
La fuerte lluvia continuaba adormeciendo por completo
mi cuerpo, dejando mi mente en un divagando entre la nada, regresando de manera
abrupta y desesperada al escucharlo. A la distancia se oía un sonido sollozante que me
sacó de mi adormecimiento, oía el lamento de una joven mujer, quien con voz
atormentada y flagelada suplicaba asiduamente por su trágica existencia. Intenté pretender no oír su lamento durante
varias horas, pero al final decidí dar rienda suelta a mi curiosidad como buen
gatico que era. El Lamento que taladraba mi mente provenía de nuestra habitación, en la
planta superior de la casa; subí las viejas y chirriantes escaleras, Los viejos
clavos oxidados rozaban las tablas, haciendo que crujieran al contacto, pues su
agujero era tan enorme después de tantos años que a duras penas la cabeza de
los clavos alcanzaban a impedir que la tabla se saliera por completo. Mi acenso
al segundo piso fue bastante lento para impedir que aquella dama que suplicaba,
escuchara que yo me estaba acercando. Me encontraba frente a la habitación, la
perilla de la puerta era dorada con algunas manchas cafés, la oxidación era vil
testigo del tiempo transcurrido. La madera estaba llena de grietas y la pintura
que la cubría estaba demasiado gastada mostrando el color original de la madera
que parecía más el tronco muerto de un árbol incrustado en la pared que un
medio de acceso a esta habitación. Posé mi mano sobre la perilla, la giré con
suavidad, justo en aquel instante el lamento se hizo más agudo y e insoportable.
Abrí la puerta tan lento como pude y la vi allí, sus manos estaban atadas a los
soportes de nuestra cama. Ella escuchó el crujido de la puerta cuando la abrí y
volvió su mirada a mí, tenía una mirada llena de tristeza y angustia. Entre el
dosel de la cama pude apreciar la belleza de sus ojos verdes, llenos de
lágrimas y henchidos de tanto sollozar. Sus ojos temblorosos, al igual que su
voz entrecortada por el llanto, me estrujaron el alma.
― ¡Ayúdame!
Decía implorando por su vida, mientras intentaba
soltarse las manos de los grilletes que la aprisionaban. Las muñecas estaban
maltrechas y heridas por el brusco movimiento desesperado por adquirir su
libertad; las tenía llenas de sangre con moretones y cortadas. La silueta de su cuerpo se dibujaba a través
de la seda transparente que cubría su alba piel, algunas gotas de sangre habían
resbalado desde su cuello hasta sus pechos, manchando de escarlata su ya roído
manto.
―Te lo suplico, antes de que él regrese. ¡Ayúdame!,
―suplicó la hermosa joven ―no escapes sola por favor, llévame contigo.
Yo estaba observándola, esperando que la piedad por su
vida iluminara algún rastro de mi humanidad, solo un destello de luz llego a
mí. La pobre creía que yo estaba escapando y esperaba que la llevara con migo.
Poco a poco me encontraba en medio de mi pasión frenética y mi filantropía, un
dilema desgarrador de pieles inocentes. El tintineo en sus ojos brotó en mí un
viejo sentimiento el cual creía olvidado; sus lágrimas y voz resquebrajada alimentaron
de humanidad mi interior y corrí a ella presurosa para poder liberarla de sus
metálicas ataduras. Mientras soltaba su
mano izquierda una grata sonrisa surgió de sus bellos labios azucarados y aun
colorados; su nacarada sonrisa dio paz por un instante a mi tan torturada alma.
La calma en mi interior duro poco; aquella hermosa cautiva giró su cuello para
mirar la mano que aun llevaba atada a los postes de la cama y vi algo que llamó
mi atención de manera incontenible. Una dulce tentación
posesiono mi mente con gran desespero; era algo que había deseado ver por tanto tiempo; Mi amado
Iván había dejado su marca sobre el cuello de esta asustada doncella, dos gotas
rojas acariciaban su piel; la mía se erizó por completo y mis pupilas se
dilataron, mi corazón frenético estaba excitado. El tiempo se ralentizo para
hacer aún más amarga la experiencia, observaba como cada pulsación se marcaba
en su cuello, veía cada contracción y expansión en sus venas. Mi mirada se
aguzó como la de una bestia, por más que intenté soportar este placentero
tormento, terminé rindiéndome y decidí entregarme por completo al exquisito
sabor de su preciado elixir. Me resultó imposible contener mis instintos
salvajes y primitivos por el alimento. Hasta que caí rendida a mis impulsos; mis
colmillos se adentraron en su piel cual dagas en satín. Su mano que estaba en
libertad intentaba alejarme de ella, mientras con exaspero, su mano prisionera
se movía cual aleteo de polluelo. Sus movimientos se hicieron lentos, su cuerpo
se movía en bruscas contracciones y sus ojos perdieron brillo, hasta que dejó
de moverse por completo. Bañada en su sangre me encontraba, en posición de caza
bestial. Mi mano se apartó de su cuello,
observé mis dedos teñidos de escarlata, el hermoso color de su interior estaba
sobre mí, veía como el naranja de las velas daban brillo a su vitalidad que
ahora era mía; se veía tan tentadora que con un frágil ronroneo lamí mis
propias manos y mis dedos, era una delicia felina saborear mis extremidades con
mi lengua. La dicha finalizó al escuchar un fuerte golpe, sus botas azotaban la
madera de los escalones, cada vez más fuerte y cerca las oía. Yo volví mi
mirada al exterior de la habitación para verificar que él había llegado y pude
comprobarlo al momento que oí la profundidad de su voz.
―Gatico, gatico.
Sus pasos se hicieron suaves y pausados, y su voz se
hizo dulce, tan dulce como la miel.
―Gatico, ven a mí, gatico hermoso. ¿Dónde estás
gatico? ―preguntó, me buscaba por cada rincón de la casa.
Su andar se detuvo, aguardo detrás de la pared por
unos segundos, de inmediato pude observar que su rostro emergía detrás del
marco de la puerta y vi sus ojos furiosos y castigadores, su seño se frunció al
ver mi cuerpo arrodillado frente a su hermosa y ahora yerta prisionera. El manjar
escarlata de aquella damisela cubría mi cuerpo en totalidad, su elixir de la
eternidad me daba un matiz sensual, en lugar de ello él solo pudo ver mi
desobediencia. Apretó sus dedos con
fuerza, estrujando aún más mis posibilidades de adquirir la libertad. No tardó
más de un parpadeo para que estuviera en frente de mí, enfurecido, comprimiendo
mi garganta con sus fuertes y bellas manos, cortando mi respiración y
asfixiando mi alma. Escuché su fuerte voz la cual lastimó mis oídos.
―Castigo, eres digna de un castigo tan cruento y
salvaje que te juro, tu cuerpo he de azotar para que entiendas por qué no debes
desobedecerme.
Mis pies se encontraban flotando sobre el aire,
suspendidos de este mundo pataleando con agresividad por la falta de oxígeno, a
cada segundo apretaba aún más mi suave y delicada garganta. Me trajo hacia su
rostro para permitirme ver la furia que había en su interior, luego me arrojo a
sus pies, humillándome para que yo comprendiera mi posición. Estaba lastimada y
sentía bastante dolor, mi alma estaba retraída y ensimismada, sin embargo
sentía gran alivio al no tener más aquella sensación desesperante que había en
mi paladar por probar la sangre después de tanto tiempo. Había deseado dar
rienda suelta a mi instinto salvaje de supervivencia, era mayor el temor y el
respeto por mi amado Iván que la sed de sangre. Llevaba varias lunas deseosa de
extasiarme con el delicioso sabor de aquella panacea maldita y colorada, debido
a que mi amado se negaba a entregármela, no tuve otra opción que beberla hasta
el punto de satisfacerme y aun así continuar saboreándola algunos segundos más.
Mi garganta, paladar y todas mis papilas aun saboreaban el amargo y seco sabor
metálico de la sangre de aquella hermosa dama de ojos glaucos. Era delicioso
sentir como aquel líquido plasmático se deslizaba en el interior de mi
garganta.
Había cometido un error mortal, ¡pero como disfrute
hacerlo! él se hincó en frente de mí, acercó su rostro a unos cuantos
milímetros del mío; yo estaba deseosa de sentir sus dulces labios en un beso
pasional y lujurioso, puesto que estos rozaban con furia y desespero los míos
quienes se encontraban excitados por su contacto, su boca circundaba mis oídos
y su aliento cálido encendía mi pasión y me incentivaba a dejarme perder en un
paseo a la lujuria. No podía creer que aun en esta situación que me llenaba de tanto pavor yo me encontrara tan llena de fogosidad al tenerlo tan cerca de mí, mi centro
femenino palideció al tener el placer de oír su hermosa voz una vez más.
― ¿Quieres morir?, ¿tanto deseas abandonar este mundo?
Me resultaba difícil responder, mi garganta estaba
bastante lastimada, en realidad me había lesionado y aunque me encontraba llena
de placer al oírlo, tuve que tomar unos segundos para reunir fuerzas y
responder. Solo un gemido agudo emitía mi garganta.
―Responde. ―Gritó Iván frente a mi rostro.
Mis manos empezaron a temblar de pavor y de mis ojos
brotaron lágrimas rojas, mi voz temerosa solo respondió un “no” bastante
forzado.
―Te he de encerrar junto a los muertos para que jamás oses
desobedecerme de nuevo.
―No, te lo suplico, no podría soportarlo. ―Respondí
con una voz entre cortada por mi gimoteo.
―Ahora si has de tener fuerza para responder, si hace
tan solo unos segundos estabas muda. Es lo mejor para ti Verushka, así aprenderás
a seguir mis ordenes
Se levantó y tomó entre su mano izquierda mi pie,
arrastrando mi cuerpo por todo el suelo de la casa, el cual estaba lleno de
suciedad y de los restos de mi dignidad. Me jalaba con gran fuerza, restregando mis culpas entre la madera vieja y deteriorada, mientras
yo trataba de suplicar por su perdón, él me llevaba con gran furia al viejo
sótano con olor a muerte trasnochada. Allí, junto a la fría compañía de
nuestros huéspedes yacientes bajo nuestra vieja casa. Abrió una portezuela que
había en el suelo de la planta inferior, debajo de las escaleras y allí me
arrojó, junto a los esqueléticos cuerpos de sus antiguos alimentos. Su silueta
se veía dibujada entre la luz de aquella lámpara que siempre colgaba a la
entrada del sótano. Daba una tonalidad amarillenta, enfermiza, y una sensación
de intranquilidad. Yo veía como esa luz rodeaba su cuerpo dándole un brillo
celestial. ¡Oh! hermoso ángel de la noche, perdóname por haber osado
desobedecerte, llévame junto a ti por el vasto sendero de la oscuridad y
permíteme ser tu fiel esclava por la eternidad pero jamás me abandones,
imposible me resulta concebir un pensamiento de mi vida lejos de ti.
Al salir, azotó con energía la puerta del sótano
cerrándola de un solo golpe, dejándome sola en medio de las tinieblas,
acompañada solo por el verde color de la muerte y el sinuoso movimiento de los
gusanos. Sus pasos me indicaron que se había alejado del lugar sin tan siquiera
vacilar, mi corazón colapsaba a cada segundo que él se apartaba de aquel
claustro, desterrándome de su amor.
Transcurrieron varios días en medio de la carne
podrida y el lamento de mi alma, estaba ansiosa de verlo y mis deseos por
sentir su piel crecían con el paso de las horas. Necesitaba saber que no me
había abandonado en este horrible encierro. Aguardaba con aberrante esperanza
en mi corazón que él regresara por mí para permitirme sentir su fragante aroma.
Sus pasos empecé a oír, caminaba con amabilidad y
sentía su esencia más amable que de costumbre. La felicidad se posesionaba de
mi alma a medida que él se aproximaba a la puerta del sótano. Escuché quitar
los seguros y cual mascota ansiosa por su amo, aguardé expectante frente a la
puerta esperando que la abriera; deseosa estaba por ver de nuevo su rostro y
perderme una vez más en sus ojos de cristal, tan diáfanos y fríos como el
hielo. Abrió la puerta y me lancé a abrazar sus piernas, él me acariciaba la
cabeza mientras yo ronroneaba y me paseaba por su mano para sentir su muestra
de afecto.
―Tú eres mi gato vampiro. ―dijo Iván a mi oído entre
susurros.
Rozó con sus labios los lóbulos de mis orejas al
hablarme, la fogosidad de mi carne se encendió de nuevo haciéndome deseosa de
su cuerpo cincelado. Mi amado acarició mi rostro y con sus dedos apretó mis
orejas; era la caricia más deliciosa que hubiese sentido en mi vida y concebí
gran placer al sentir su piel sobre la mía. Se levantó, subió las escaleras e
ingresó a la vieja sala. Me sentía tan grata, me había otorgado la libertad,
perdonó mis errores, mis fallas. No soy digna de su aprecio y benevolencia, lo
he desobedecido bastantes veces y él aún continúa perdonándome. Subí las
escaleras rápidamente, entre menos tiempo pasara alejada de él, sería más
feliz. Entonces subí y no me separé de él ni un solo segundo.
Había transcurrido varios días desde que me otorgó la
libertad y por más que intenté perfumar mi cuerpo; ni el agua, ni las esencias
florales de jazmines, lograban desprender de mí el agrio aroma de la muerte. El
pútrido verde y almizcle de gusano había penetrado mi piel.
Una vez más salió de casa, misterioso como siempre. Me
dejaba cuidando el lugar como la gata que decía que era. Yo aguardaba siempre
sentada en aquel sillón que estaba unido al ventanal, ese delicioso sillón de
terciopelo que acariciaba mi piel, aunque estuviese rasgado y sucio. Al ver que
no regresaba, me aburría y me ponía a pintar hojitas de árbol con pinturas
hechas en casa con jaleas.
Nuestro hogar era invadido por visitas femeninas muy a
menudo, El grito de las doncellas abarcaban la casa. Sus lamentos de
desesperación y tristeza se introducían como gusanos rastreros en mis oídos, el
coro de lamentaciones que provenía de nuestra alcoba me torturaba. Mi rostro
se elevaba a la planta superior. Solo mi vieja cobija roída y deteriorada era
la que siempre abrigaba mis noches y me protegía del frío. En este lugar
boscoso separado lo más posible de la muchedumbre y la civilización, siempre
era invierno y la nieve estaría adornando todos los días de mi estadía en casa
de mi amado. Por ello en las noches, mi cuerpo tiritaba por el gélido viento que siempre se filtraba en la casa. Dormía sobre un viejo tapete muy
pálido por el tiempo transcurrido y por el calzado que le habían pasado por
encima durante tantos años.
La puerta que daba a la calle se abrió de improviso,
azotando el marco; un rayo azul iluminó
la entrada estremeciendo todo mi hogar, permitiéndome ver la sombra de mi
macabro destino amoroso lleno de humillación, miseria, esclavitud, melancolía,
pasión, deseo y lujuria. Sus vestiduras y sus bucles dorados perfectos estaban
empapados de lodo y agua; su traje
victoriano estaba lleno de suciedad, sangre y aliento de victima temerosa; sus
botas, eran una mezcla de tripas y lodo. Iván cerró la puerta con gran fuerza,
sus ojos se veían aún más fríos y crueles que la tormenta que se desataba afuera de nuestro hermoso
hogar. Mientras marcaba sus pasos hacia mí, empezaba a desnudarse permitiéndome
deleitar mis ojos en su torneado cuerpo masculino, las prendas sucias y mojadas
se adherían a él deseando jamás abandonarlo para acariciarlo por la eternidad.
Dio su último paso y quitó la última de sus prendas; observé la firmeza de sus
músculos y la voluptuosidad de su soberbia; se acercó a mi boca y posó sus
manos en mi cuello, me observó por un momento. Luego se levantó y subió las
escaleras; mientras ascendía dijo:
―Un vampiro siempre debe ser impecable, ―anunció Iván
con un semblante arribista ―un heraldo del buen gusto y la cultura.
Llegó a la planta superior de la casa, cerró la puerta
de la habitación y durante un largo tiempo todo fue silencio, aún me quedaba el
dulce deleite de mi memoria, mis ojos habían guardado para mí dicha en momentos
de aflicción. Me daba risa de mi misma, la ilusión y la estupidez se apoderaron
de mí, guardaba la falsa esperanza que por fin me permitiera amarlo sin
reserva, ser su compañera y amante por
la oscura eternidad. Ser quien llenara su cuerpo de pasión, erotismo y sadismo.
Deseaba llenar su mente solo de mí, de mi figura, de mi piel, de mis deseos y
mis más pasionales y sucios sueños carnales. Había soñado una eternidad de
momentos entre sus brazos protectores y llenarnos de besos uno al otro por cada
poro de nuestra excitada piel. En lugar de eso solo recibí más esclavitud. Con
el semblante en el suelo y la mirada llena de desilusión, caminé por el salón
recogiendo sus mugrientas vestiduras que aun guardaban su sabroso y seco
aroma. Su camisa goteaba lodo, sangre y
furia. Señales que mostraban su cruel cacería. Eran tan vivida la sangre que
casi podía observar la macabra escena con solo olfatear la camisa.
A gran velocidad cabalgaba en su caballo blanco como
ángel de la muerte de afilados dientes, abrazado por las frías olas del húmedo
viento; sus cabellos empapados suspendidos en la esencia del mágico momento
mortal. Sus ojos penetrantes introducidos en lo profundo de sus víctimas
desesperadas y temerosas. A la distancia se veía una pequeña luz cobriza que
iluminaba el último lugar de reposo de una noble y amorosa familia que tendría
el privilegio de ser besados por sus dulces labios purpúreos. La ventana de la
sala se rompió en mil pedazos y una sombra Bruna, producía una lluvia carmesí
al pasar por cada uno de los cuerpos. Una infante temerosa por su vida abandonó
su muerto hogar, de aroma a leña quemada, sangre y nostalgia. Salió del recinto
y corrió a través de bosque sombrío, el joven cuerpo de esta tierna alma
cándida, corría aún más aprisa que los latidos de su temprano corazón,
acelerándose con desespero a cada segundo que transcurría. Sus piececitos se
clavaban en el lodo mezclado con la nieve, aprisionándola y haciendo aún más
lenta su infructuosa huida. De repente, su corazón empezó a cesar su marcha
mientras su tierna y lozana sangre nutria el cuerpo de mi amado ángel de la
muerte. Cada gota en su boca robaba la vitalidad en el cuerpo de la pequeña
niña de risos dorados. Sus brazos dejaron de moverse con desesperación,
resignada, en recibir su último beso, soltó sus manos y expiró su último
aliento.
Pobre familia, macabro destino al encontrarse en su
camino una sombra desalmada y caprichosa, sus ojos nunca más volvieron a ver la
belleza de una pastelosa mañana de primavera. Rayos naranjas iluminaban los asombrosos y coloridos tonos de las flores, el azul transparente de un arroyo,
golpeando con furia las piedras a su paso, los colores mandarina y verdosos de
las copas de los árboles y un violeta entre celeste del despejado cielo, un
bello prado de arcoíris y cálidos tonos hermosos e iluminación en los vastos y
extensos campos y sus miles de animalitos disfrutando la tranquilidad y paz de
su tan acogedor hogar. Aunque yo creía que solo era invierno en la ciudad,
estaba equivocada, había quienes podían disfrutar de la primavera, pero esta huía
de mi casa, permitiéndome ver, solo el blanco color desalmado de la nieve.
¡Regresa a mí una vez más primavera hermosa! y
deléitame con tus bellos colores, no te alejes más de mi puerta y bríndame el
confort que por tanto tiempo he estado buscando.
Caminé hasta la cocina con sus ropas entre mis brazos,
abrí la puerta y en el mesón aguardaba por mí el resto de sus prendas sucias y
mugrientas, esperando ser aseadas y recuperar su aspecto pulcro. Mis manos
habían recuperado el color original a las prendas de mi amo, un poco raspadas y
blandas de tanto brindar limpieza. Pude finalizar después de unas cuantas horas
de dar la majestuosidad que él merece en sus vestiduras.
Regresé a mi habitación y allí aguardé acostada por
mucho tiempo, la casa era invadida por gritos de dolor y desespero,
convirtiéndose en un amargo clamor suplicante de piedad, a un corazón que
desconoce ese sentimiento; los gritos se transformaron en un llanto dócil de
una joven que esperaba su tormento finalizara pronto. Escuchaba el sonido de
los pasos de mi amado que se acercaban, yo estaba recostada en mi cama, en una
habitación que había dispuesto para mí debajo de las escaleras. Sobre la puerta
que daba al sótano. (Aunque yo amaba pretender que la habitación de arriba era
nuestra; mantenía la esperanza que algún día me permitiera amarlo y ser su
compañera a través de la eternidad, en nuestro mundo de tinieblas). Escuchaba
sus botas golpear la madera y al bajar
cada uno de los escalones, la tierra caía sobre mí, el azotaba fuertemente los
peldaños cuando iba bajando, para que así, yo estuviera atenta a sus
requerimientos. Abrió la puerta de mi habitación, se inclinó para poder entrar,
la puerta era bastante pequeña y en el interior a penas y alcanzaba a caber mi
cuerpo recogido. Vi sus ojos y él mirándome a los míos, me llamó extendiendo su
mano.
―Gatico. Ven aquí gatico. ―susurró con cariño mi amado
captor.
Yo me acerqué a él a gatas con algo de temor, siempre
que él me trataba con cariño, algo malo sucedía y terminaba golpeándome o castigándome.
Llegué a él, él acariciaba mi cabeza lo cual me hacía ronronear.
―Ya casi cumples un mes sin haberte alimentado bien,
¿tienes hambre gatico? ―preguntó con ternura.
Yo movía mi cuerpo deseando que me siguiera
acariciando, me fascinaba sentir como me tocaba con su piel, deseaba poder
fusionarme con su carne. Él se puso de pie y subió las escaleras, yo subí
detrás de él a la planta superior, ingresé a nuestra hermosa y acogedora
habitación. La sed que había en mi interior desgarraba mi garganta. Sobre la
cama, una joven y hermosa dama de lisos cabellos y tan oscuros como una noche
plutónica en invierno, en un letargo placentero por los dulces besos de mi
amado señor. La edad, nombre, gustos y deseos de aquella víctima no importaban
en ese momento. Iván se sentó a la cabecera de la cama, observando el rostro
lozano de nuestra bella durmiente desdichada en un cuerpo mortal y frágil. El
me miró a los ojos, acto seguido miró a los pies de nuestra visita soñadora de
perfil cincelado, labios cual pétalo de rosa enamorada y nariz arrogante, la
piel de sus piernas tenía el color de las mañanas de hielo. Sus venas se
brotaban mostrándome el lugar dispuesto para mi alimento, (el solo me permitía
tomar la sangre mordiendo el meñique del pie derecho de cada una de sus
víctimas. A mí no me gustaba y era humillante, me había degradado al punto de
parasitar.) Resignada, bebí de la sangre de su prisionera, mientras mis dientes
mordisqueaban su dedo, mis ojos saboreaban la hermosa y deliciosa piel de Iván.
¡Que pureza!, belleza de flor albina, y ególatra, por ser la diferencia. Su
cuello excitante me llamaba y atraía con su magnetismo sensual y salvaje. Su
dorado cabello caía sobre su pecho, pero fue el sabor de la sangre de esta
soñadora damisela, quien me recordó el dulce sabor de mi amado carcelero. Sin
poder resistir tan solo un segundo, abandoné el frío dedo de aquella mujer que
yacía inconsciente sobre nuestra cama y en el instante besé con gran pasión el
cuello de aquel ángel de la noche que reposaba su cuerpo sobre nuestro lecho
nupcial, besé su cuerpo con tanta pasión sin importar las consecuencias de mis
actos, prefería mil castigos infernales, cruentos y salvajes, antes de pasar un
segundo más sin saborear su dulce elixir de la eternidad, manjar de los dioses, placer de los malditos. Di
gusto a mi paladar cuando mis colmillos se introdujeron en su piel cual dagas.
¡Oh! Que placer tan lujurioso y carnal, mi piel se erizó entrecortando mi
respiración. Mis uñas se enterraron en su espalda desgarrando su piel, el lamió
con su cuerpo mi lengua, mis ojos vieron el placer y excitación que sintió al
momento que decidí hacerlo mío, veía como disfrutaba cada instante que bebía de
él, estaba envuelto en la excitación y en la lujuria y me besó deseando
hacerme suya. De pronto, su mirada regresó a la furia habitual, sus manos se
estrujaron y de un golpe me arrojó fuera de la cama, con gran enojo se acercó a
mí, su imponente semblante hizo adentrarme aún más en mí y con fuerte y
aturdidor grito dijo:
―Cómo has osado traicionar mi confianza, no tienes
permitido el placer y me has tocado, ―la voz de mi amado Iván se mostraba
irascible ―jamás aprenderás a retener tus impulsos y el tiempo se nos acaba.
Muy obediente ante sus pies me encontraba,
suplicándole me otorgara su perdón, alejándome fuertemente de sus pies los
cuales yo besaba rogándole su clemencia. Con un fuerte puntapié en el rostro me
golpeó quebrando mi nariz, la sangre brotaba de mí en compensación a la sangre
que había atrevido a tomar de él. Me tomó del pie y desde la planta superior me
arrojó al primer nivel, el golpe me dolió bastante, sentía que mis pulmones
saldrían despavoridos por mi boca. Iván saltó desde allí, cayendo sobre mi
abdomen, luego levantó mi rostro y me golpeó con su mano cerrada, me tomó por el
pie y me arrastró por toda la casa. Finalmente llegó al sótano, ¡infierno
mortuorio de mi humanidad! Supliqué mientras él acababa con mi dignidad,
haciéndome aún más rastrera, temía que de nuevo me encerrara en aquel espantoso
lugar. El miedo me invadía al saber que una vez más compartiría cada uno de mis
segundos con los gusanos y el aroma de desconsuelo podrido. El verde viento
gobernante de aquel miserable y nauseabundo claustro me llenó de tristeza,
agonía, amor y muerte. Todo se tornó gris y me vi en medio de la carne mutilada
y movediza por aquellos que descomponen la hermosura y dignidad humana. La
angustia y desesperación se apoderaron de mí, mientras a gritos desgarradores
imploraba que me sacara de allí. Él se marchó sin tan siquiera mirar atrás, con
gran desprecio caminó alejándose de mí. Los cadavéricos huéspedes de piel
cetrina y viscosa, expedían entre sus fauces sonidos atormentadores y
delirantes. Sus ojos secos y arrugados observaban el pecado carmesí que se
postraba sobre mi piel y se adentraba en mi boca circundando mi existir,
posándose en mis labios colorados que poseían la culpabilidad de mis acciones
erróneas, pero dichosa y dispuesta estoy de pasar mil veces por este infame y
cruento infierno, con tal de probar una vez más el sabor de su sangre que
convierte todo mi ser en una zona erógena. ¡Maldito síndrome de Estocolmo!,
estás acabando con mi dignidad.
Transcurrieron aún más noches en las que estuve
atrapada en este truculento y yerto lugar lleno de olvido. Perdí la cuenta
después de las 60 lunas. No sé cuánto tiempo más logré soportar sin beber
sangre humana, tampoco tengo certeza cuánto tiempo pude permanecer lucida y con
cordura en mi mente, claro, si es que así se le puede llamar a mi estado
actual. Yo me dedicaba a matar ratas, él decía que yo era como un gato, que
había transformado a una chica en vampiro y en lugar de eso tenía una mascota
felina. ¡Soy su gato vampiro! Solo la sangre de las ratas nutría mi cuerpo,
cada vez que tenía la oportunidad de atrapar una, incluso estos seres
marginados preferían buscar su alimento en otro lugar, no soportaban compartir
su espacio con la vieja muerte que invadía todo el macabro y oscuro claustro.
Lo que me devoraba era vivir sin el mirar de sus ojos penetrantes.
Cierta noche de aura congelada, desperté, la neblina
era tan densa que incluso dentro de la casa se paseaba esta gélida amiga de la
oscuridad. La puerta del sótano estaba abierta, me acercaba a ella mientras
observaba como la luz de la luna iluminaba mi camino, el plateado se dibujaba
sobre el suelo de madera y un silencio eterno se escuchaba en la casa, solo una
luz ámbar que tintineaba se escapaba de la habitación, cerniéndose por todo el
lugar, eliminando todo rastro de lo macabro, perdiendo lo lúgubre y álgido a lo
cual estaba acostumbrada. La luz dentro de la habitación se veía cálida y
reconfortante para mí, sabía que él se encontraba en el interior, solo a su
lado era el único destino que deseaba en mi vida.
Regresé sumisa a nuestra habitación. La puerta se
encontraba entreabierta y una luz que centelleaba en color ocre se filtraba entre el marco y
la puerta. Su silueta se retrataba sobre el suelo y la pared de la habitación
por la luz de una vela sobre su escritorio, un viejo frasco lleno de tinta
negra reposaba al lado de un pergamino algo amarillento, una pluma de ganso
adornaba su mano, moviéndose al ritmo de la escritura de su corazón. Solía
sentarse allí 2 o 3 veces a la semana a escribir, solo el tiempo suficiente de
la inspiración exacta; poemas prosaicos y de vez en cuando un verso tentador.
Me acerqué a hurtadillas hacia él, ronroneando y paseando mi cuerpo entre sus
piernas, él bajó su mano, frotó mi cabello, acarició mis mejillas y dejó su
mano acariciándome el mentón, luego me observó directo a los ojos, con mirada
penetrante, adentrándose en lo profundo de mi alma, indagando cada rincón de mi
pensamiento, acercó su rostro al mío y me dijo en tono firme, pero amable.
―Pronto todo terminará gatico. ―aclaró, brindándome
calma.
Continuó observándome por unos pocos segundos, acaricio
con su pulgar mi mejilla y continuó escribiendo… yo aún hincada a un lado de
él, abracé sus piernas y empecé a lamer sus tobillos, este era el único
contacto que él me permitía tener, no era digna de una muestra de afecto mayor
a eso. Primera vez que sus manos fuertes y castigadoras acariciaban con gran
delicadeza mi rostro. Mientras lamía sus dulces tobillos, el sueño poco a poco
empezó a apoderarse de mí, sumergiéndome en lo profundo de un melancólico y
reminiscente mundo onírico.
Un piso de madera de un marrón lustrado y pulcro. Los
rayos del sol se filtraban por la ventana iluminando mi rostro resplandeciente
de belleza, la tersura y firmeza eran amantes de mi nívea y virginal piel,
observaba mis oscuros ojos tan navegables como la mar, mi cabello negro lo
llevaba corto y tan perfecto como peinado por los ángeles, me llegaba a las
orejas dejando al descubierto mi largo y esbelto cuello arrogante. Al fondo
escuchaba las pequeñas y hermosas notas de una canción de antaño y con mirada
algo soberbia y orgullosa, empecé a girar, danzando tan sutilmente, como si mi
cuerpo fuese el de una pequeña muñeca de porcelana, flotando sobre su preciada
cajita musical. En cada giro, las baletas eran más distantes del suelo y el
amable viento me sostenía entre sus brazos, un tutú rosado cubría mis caderas
realzando mi figura y esponjando mi pensar. La mágica danza se apoderó de mi
cuerpo, cada instante que transcurría en mi sutil movimiento, me sumergía aún
más en lo etéreo, en un universo
flotante imaginario y utópico, la dulce melodía comenzó a cesar mientras mi día
se teñía de gris y de tristeza, la sangre negra y gélida se apoderaba del
ambiente. Entonces, todo fue tinieblas, sombras y desolación en mi trágico
ballet. El temor se adentró en mi mirada
y al igual que los espejos, mi voluntad
y orgullo se quebraron. Sus ojos cerúleos observé, su fría mirada
esclavizo mi corazón. Una sonrisa macabra se dibujó entre las tinieblas
mientras que mi cuerpo temblaba del espanto que sentía. Mis rodillas se
curvaron, una brisa se acercó a mi tierno cuello, acariciándolo y en un despertar,
la maldición abordo mi alma y corazón.
Mis ojos estallaron al sentir su beso macabro.
Desperté con el latir acelerado y la resignación de
soñar lo soñado, pues nunca más podré danzar al compás del viento.
Al regresar a la calma y darme cuenta de mi triste y desastrosa realidad, observé con gran asombro el cálido y acogedor lugar donde
me había despertado. Las sedosas y tersas sabanas carmesí de mi adoración,
cubrían mi piel desnuda y amoratada por el frío envolvente que se filtraba por
las rendijas de la ya deteriorada y vieja madera. El dosel me hizo borrosa la
figura de mi Iván, cuando salió de la habitación con algo de divagación en su
mente.
Con el alma y la carne desnuda me levanté de la cama,
me acerqué a un armario entre abierto que se encontraba a un costado de la
ventana, ya que algo de vivido color llamó mi atención. Escuché un fuerte
golpe, él se había marchado una vez más azotando junto a la puerta el resto de
mi humanidad. Los plateados destellos de
la luna dibujaban con mi sombra una cruz sobre el suelo, un bello carmesí
rodeaba la luna llena y una extraña sensación de mal presagio y calma a la vez
llegaron a mí. El gélido viento rodeaba la habitación, la negra puerta del
armario se abrió de improviso, en el interior de la puerta derecha había un
espejo de cuerpo entero, pero no fue eso lo que capturo mi interés, colgado en
el interior, de color rosa, resaltaba entre tanta oscuridad, aguardando por mí,
intacto y estático a través del maltratarte transcurso de las horas infinitas
de sufrimiento y agonía. Mi viejo traje de ballet, era el que se encontraba
allí reluciente, mostrándome las hermosas reminiscencias de una vida grata,
feliz y tranquila. Se encontraba en perfecto estado como congelado en el
tiempo, lo descolgué y abracé con gran fuerza y cariño. Aun lucía con la
belleza que poseía al ser mi piel de baile. Las lágrimas se desprendieron de mi
interior, resbalando por mis mejillas, huyendo del dolor que por tantos años
fue mi única compañía. Lo apreté aún más fuerte y sentí su aroma tan delicioso,
como miles de colores que giraban alrededor de mi mente permitiéndome ver la
belleza del momento. Solo con sentir su fragancia las reminiscencias acudían a
mí. Era tan tentadora la sensación que decidí vestirlo una vez más, vestirlo
para que mi amado Iván me viera igual de hermosa al primer día en el cual
nuestras miradas se cruzaron, igual que el bello día que nos conocimos.
Salí de la habitación, me sentía de un aura
esplendida, maravillosa, vigorosa, me sentía tan feliz. Llevaba tantas décadas
sin poder recordar esta placida sensación. La casa era pequeña para mi
grandeza, al igual que en el sueño, me sentía flotando. Bajé a la planta
principal de la casa y allí observé el viejo sillón en el ventanal, acompañada
de mi hermoso vestido rosa, portador de mis hermosas remembranzas de una vida
que jamás mis manos volverán a acariciar. El frío cristal de la ventana me
separaba de la misteriosa oscuridad que yacía en el exterior, tinieblas de
matiz rojizas por la luna melancólica. Algo causó intranquilidad en mí, una
extraña sensación como si en un solo instante corto, denso y encolerizado, todo
cambiara. A la distancia se percibía un aroma de muerte vaporosa que se
acercaba fundida entre la niebla matutina. Era alrededor de las 4 de la mañana
y yo continuaba sentada a un lado de la ventana, tras horas de espera, seguía
allí inmóvil, observando el triste y gris bosque que entre sus ramas traerían a
mí una imagen de esperanza que darían la tranquilidad que tanto ansiaba
encontrar para poder sosegar mi corazón reprimido de amor, esperando que su
silueta se dibujara frente a mis ojos y así poder detener mis pensamientos de
mal augurio.
El sol dentro de poco arribaría en mi ventana, me
negaba a abandonarla hasta que mi dulce amado regresara a mí, sin importar que
el sol acariciara mi piel con sus fulgurantes rayos de repudio hacia nosotros.
El tiempo transcurría al igual que la luz hacia mi ventana. Mi decisión estaba
tomada, no abandonaría mi lugar en aquel viejo sillón hasta que él no regresara
a mi lado, creía que si él veía mi determinación y amor, me haría su compañera
por la eternidad.
La intranquilidad se había posesionado de mi mente y
de mi alma. El viento se puso salvaje, agresivo, cruel, lleno de desesperación.
Sin darme cuenta la puerta de la casa estaba abierta, con gran afán Iván se
acercó a mí, me tomó de la mano y me llevó presurosamente al sótano, no sabía
que error había cometido en aquella ocasión, su rostro no me mostraba ira sino
temor, como si quisiera protegerme. Me dejó en el sótano mientras yo le
suplicaba que no me encerrara de nuevo en aquel sepulcral lugar. Imploré por su
perdón. De pronto, sus ojos me mostraron un sentimiento que creí no poseía y
que tal vez había perdido en el transcurso de la eterna oscuridad. Sus ojos
acariciaron mi rostro, sus manos me tomaban con gran cariño.
―Perdóname mi amada Verushka, no calculé el tiempo y
la situación se me ha salido de control, anhelo todo termine bien para los dos.
No salgas, ni hagas ruido alguno. Mantente aquí en este lugar que tanto odias,
no salgas sin importar lo que escuches, no salgas ni aunque me escuches gritar,
este es el lugar más seguro para ti, podrás soportar el tiempo necesario sin
correr peligro, espero nos veamos de nuevo. Te amo, mi amada Verushka, te amo
con toda la fuerza que hay en mi interior.
Iván retiró de su cuello un cordón en el que llevaba
una llave, con una marca extraña que parecía un ángel con sus alas extendidas,
puso el cordón en mi cuello dejando caer la llave sobre mi pecho.
―Encuentra al dueño de esta llave y entrégasela, sin
importar lo que cueste.
Sin permitirme decir palabra alguna tomó mi rostro con
sus manos y me besó, sus labios se fusionaron con los míos y pude sentir la
pureza en sus palabras, el cariño en sus besos y la pasión en su mirada, pude
sentir un dulce y tierno beso que se quedará plasmado por siempre en mi
memoria. Un beso que muestra la pureza y la fuerza del verdadero amor inmortal
que jamás decaerá ni se debilitara en el transcurso de la eternidad. En ese
cruel y triste momento me di cuenta que solo mi imagen era quien habitaba en
sus pensamientos que solo yo era la dueña de su corazón y su amor era solo
mío. Nos amamos en tan poco tiempo, su
corazón a partir de ese momento fue mío por la eternidad y el mío se lo llevó
él al momento de regalarme su última mirada. Dejamos de besarnos y en sus ojos
pude ver el gran dolor que permanecía en
su interior, en ese instante tan corto nos amamos para siempre. Se dio la
vuelta encerrándome en aquel verde lugar de madera podrida y de fétido aliento,
al final se marchó diciendo.
―Júrame mi amada Verushka que no saldrás de aquí hasta
que yo no venga por ti o hasta el momento que aflore en el cielo el siguiente
anochecer.
―No me dejes aquí sola por favor. Iván no me dejes.
―Júralo amor mío, si no lo haces todo el amor por ti y
todo lo que he hecho para protegerte será en vano.
―Así lo haré. Te amo Iván, te amo más allá de la
razón.
―Te amo Verushka. Adiós mi gato vampiro.
Se alejó cerrando la puerta del sótano. De un momento
a otro todo se volvió muy confuso, solo oía muchas voces y disparos, al final
pude oír una gran explosión, seguido de un grito desgarrador, un grito de mi
amado Iván, el cual alteró mis sentidos y trajo a mí el mayor nerviosismo,
empecé a llorar sin consuelo al ignorar lo que estaba ocurriendo, mis manos
temblaban y tenía un grave presentimiento, necesitaba salir para confirmar que
todo estaba bien y que por fin podríamos demostrarnos nuestro amor y disfrutarlo
para siempre. Me llené de desesperación, lamento, angustia y soledad al
escuchar el fragor de la lid que se libraba afuera. Pero le había prometido a
Iván que no saldría hasta que llegara el siguiente anochecer. Escuchaba las
voces de unos hombres, caminaban y sus botas sacudían los tablones de madera
que había en el suelo, me puse muy nerviosa tratando de controlar mis gimoteos,
se acercaban a la pequeña puerta que daba al sótano, mis dientes castañeaban
descontrolados al pensar que me encontrarían, recorrieron el lugar por algunos minutos más. Un gran silencio vino después, adornado por la calma e
inactividad. Las Lucecitas naranjas se filtraban entre las tabletas del techo
mostrándome la llegada de nuestro mortífero amanecer. La luz en el exterior era
aún más fuerte que antes, brillaba como nunca antes había sido iluminado el
sótano, entre las grietas de la madera se filtraban rayos furiosos obligándome
a proteger mí piel entre los cuerpos verdosos pútridos e inertes, temía que el
maligno sol lastimara mi bella piel, encontré la protección necesitada entre
los cuerpos malolientes y fétidos que tanto odiaba. Todo el tiempo que
permanecí con el corazón copado de cobardía, mientras me escondía fue un total infierno.
Al caer la noche una luz plateada era quien me
mostraba que había llegado el momento de salir al vacío y cruel exterior. Me
acerqué lentamente a la puerta y una extraña sensación me retenía en el
interior del sótano, la determinación de resolver las horribles sospechas en mi
mente, eran quienes me obligaban a salir de mi encierro. Lo que vieron mis ojos
hubiese deseado jamás verlo, allí, frente a mi cruel salida se encontraba su
efigie cenicienta, arrogante cual adonis hasta el momento de su muerte, mostrando
la agonía, dolor y belleza eterna que la briza ávida y envidiosa había tomado
para sí, como compañía de la eternidad, destruyendo su imagen a cada segundo,
esparciéndola por el vasto mundo, hasta llevársela por completo. El sol había
destruido por completo su cuerpo, dejándome solo un viejo rescoldo. Ahora serás
mío y de todos los lugares, tu belleza reposará por siempre flotando en el
aire. Visítame con el viento de abril mi amado Iván. ¡Oh! Mi dulce viento,
permíteme sentirlo cada primero de abril, envuélveme entre tus fauces y déjame
sentir su aroma una vez más.
Mis ojos se inundaron de melancolía y tragedia, había
perdido mi único acicate para vivir. La casa estaba totalmente destruida, sin
techos ni muros o ventanas. Solo escombros deteriorados, de lo que solía ser la
vieja escalera que subía hasta nuestra habitación. Aquella luz ámbar que era
habitual brillara sobre su escritorio, se había extinguido. Ascendí hasta la
habitación por los vestigios de escalera, un pequeño camino hasta su escritorio
se sostenía a punto de colapsar y su suelo chirriante por cada uno de mis pasos
temblorosos. Sobre el viejo escritorio, había algunos de sus más expresivos
retratos de su alma. Poemas narrativos y descriptivos de nuestra vida juntos en
este viejo lugar, desde el día que nos vimos por vez primera, hasta el día
anterior de mis desgracias solares. Sus días junto a mí y el sentimiento que le
producía mi presencia, amaba estar a mi lado, acariciar mi rostro y el fragante
aroma a cerezas en mis labios, lo mucho que disfrutaba mi compañía y la razón
de su crueldad. Entre todos sus escritos encontré una nota.
― “Encuentra al vampiro maldito, es tu única
salvación”.
Revisé sus bellos escritos y me di cuenta, con gran
felicidad, que todos estaban dirigidos a mí. En ellos había plasmado el gran
amor que sentía por mí, en bellos versos, describiendo con gran detalle,
aquellos sentimientos que habían en su interior y la manera como su corazón
latía de pasión cuando estaba a mi lado.
No tenía nada más que decir al mundo, ni deseaba
clamar suplicas inaudibles; la cruel y
amarga realidad una vez más había destruido mi felicidad. Justo cuando encontré
el amor, fue arrebatado de mis manos.
No hay nada más en este mundo para mí, continuaré mi
camino hacia el horizonte, guiada por el
centelleo del plenilunio. Me alejé para siempre de mi última morada, dejando
solo mi sombra dibujada y extendiéndose por el suelo, negándose a abandonar su
bello recuerdo.